MANTA ▮ Diana Moncayo, la médico que arriesgó su vida para salvar a cinco bebés

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Por: Nancy Vélez

Diana Moncayo es una persona cariñosa, alegre, con risa coqueta, cuidadosa de su trabajo, preocupada de cada detalle.

Es solidaria, ayuda sin hacer muchas preguntas, te apoya y aconseja; en lo profesional es muy meticulosa, audaz, realiza procedimientos con mucha cautela que se arriesga a hacerlos por el bien del paciente.

Es así como los amigos cercanos a Diana la describen. Los padres de los neonatos a los que ayudó a salvar aquel 16 de abril de 2016 le agregarían otra calificación, “un ángel” con sus pacientes.

Estaba de guardia

Ese sábado, Diana había ingresado a las 07h00 al hospital del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) en Manta.

La guardia en el área de neonatología donde estaba como residente había sido muy tranquila. Tenía cuatro bebés estables y dos prematuros en estado de gravedad.

Cerca de las 18h15 le avisaron que bajara a una cesárea, ya que como médico neonatóloga su función es recibir a los bebés, limpiarlos y realizarles una serie de pruebas que confirmen el estado en que nacieron.

Recuerda que la bebé, quien posteriormente tendría por nombre Hannan Zoe Vélez Sornoza, nació a las 18h48 del 16 de abril.

Luego de nacer la niña pasó a sus brazos, el salón de reanimación donde se recibían a los recién nacidos estaba adjunto a la sala de quirófano. A Hannan, la secó, la estimuló, le aspiró las secreciones y le realizó exámenes.

La estaba terminando de vestir y envolver en la sabanita para entregársela a su mamá una vez saliera de la operación cuando la tierra empezó a temblar.

La niña tenía exactamente diez minutos que había salido del vientre de su madre.

“Está temblando como siempre”, pensó la profesional para sus adentros y se quedó quieta siguiendo el protocolo que había aprendido en tantas capacitaciones sobre eventos sísmicos.

Sin embargo, al notar que no dejaba de temblar tomó a la niña en sus brazos y trató de pasar al quirófano donde estaba todo el equipo médico terminando la cesárea a Flor María Sornoza.

Fue cuestión de segundos, la luz se fue, Diana Moncayo sujetó a la bebé con un brazo, la llevó a su pecho y con el otro se agarraba de las paredes para no caer.

Escuchaba cómo se desplomaban los galones de oxígeno, lo que antes estaba iluminado se volvió tinieblas. Como pudo llegó a quirófano y en la puerta preguntó por los pacientes de la cesareada. A la abuela de la bebé le hizo poner una bata y se la entregó.

El rescate

La residente en neonatología, sabía que en esa área, ubicada en la parte alta de la casa de salud, ese 16 de abril tenía a sus cinco bebés como ella los llamó.

Tanto tiempo trabajando en el hospital la profesional ya se conocía el espacio, con la mano buscó la repisa donde tenía sus objetos personales y encontró la cartera donde tenía su celular. Lo encendió y se dirigió a la escalera para subir al primer piso alto.

Como todo estaba tan oscuro no podía ver que las gradas se habían desplomado producto del terremoto de 7.8 en la escala de Richter, que afectó a las provincias de Manabí y Esmeraldas.

Un guardia la atajó en el camino y le dijo:
– “Doctora no suba, arriba no sabemos cómo está eso”
– No, no, le respondió ella.

En ese momento no pensó en los riesgos que podía conllevar no hacer caso a la advertencia del personal de seguridad y siguió por el estrecho camino que había quedado y los escombros, prácticamente trepó los pocos escalones que no se habían desplomado y avanzó hasta donde estaban sus niños. La luz de su celular fue clave en ese momento.

La gente gritaba, arriba hay atrapados le decían. Llantos, desesperación eran parte de aquella escena.

Cuando llegó al primer piso se encontró con una enfermera ensangrentada y que tenía en sus brazos a dos de los cinco neonatos que estaban ingresados en la sala, la asistente le entregó uno y se fue con el otro en el brazo.

Ella se quedó prácticamente con cuatro bebés prematuros, dos de ellos estaban en incubadoras por su estado de gravedad.

Diana podía observar, que un manto de polvo cubría las incubadoras, no sabe quién, pero alguien en un intento de salvarlos, había metido a dos bebés en una misma incubadora, ella los encontró así.

Pudo ver que las luminarias colgaban del techo, los equipos estaban revueltos en el suelo y las paredes ya no existían. Por suerte, en el derrumbe ninguna había afectado a los infantes.

Estaba allí parada, con un neonato pegado a su pecho, dos dentro de un aparato y otro en una cunita.

No alcanzó a pensar en nada, cuando de repente tres guardias estaban detrás de ella. Los hombres intentaron sacar a los bebés empujando la incubadora que tenía rueditas, sin embargo, era imposible, los pedazos de cemento, escritorios, cajoneras, equipos médicos que yacían en el suelo impedían la movilización.

No les quedó otra opción que agarrar el aparato entre los tres y bajarlo abriéndose paso entre la destrucción y los gritos de la gente y cuidando de no chocar con algún objeto que pudiera hacerle daño a los bebés que estaban dentro.

Otra enfermera que también estaba de guardia en el área de neonatología ayudó a bajar a un bebé y la doctora Diana llevaba otro.

Por el fino camino que había quedado de lo que era la escalera, los guardias y el personal médico sorteaban los desechos en los que se había convertido el hospital.

Estando en la parte baja, cerca del estacionamiento, los guardias le entregaron a la doctora la incubadora y regresaron para ayudar en otras áreas. Ella avanzó, era poco lo que se podía ver, notó que las camillas estaban en media carretera que ahora se había convertido en un hospital público. Con una mano empujaba el aparato donde estaban los niños prematuros y en la otra llevaba un bebé.

Afuera se encontró con las mamás de los tres niños que estaban estables. Les recomendó el “plan canguro”, meter al niño entre sus pechos, debajo de la ropa para que los mantuvieran calientitos.

“Cuando salí del hospital, miré hacia arriba y vi el cielo iluminado por la luna, no sabía que había pasado en realidad. Una vez que salí llame a mi familia y cuando supe que estaban bien me tranquilice”, recordó.

Después de ello, la neonatóloga Diana Moncayo se comunicó con la Jefa de la Sala de Neonatología, quien le dijo que a los neonatos que estaban graves había que evacuarlos a un centro de salud cercano y que hubiera resistido el evento telúrico.

El esposo de la licenciada Carmita Anchundia, una de las enfermeras que había ayudado a bajar un neonato, la llegó a recoger y en ese momento el auto se convirtió en ambulancia.

Cuando decidieron irse, la gente enloqueció en el hospital. ¡Tsunami, tsunami! Gritaban. Un guardia le dijo tienen que irse de aquí doctora.

Y fue así como Diana Moncayo y su compañera de trabajo Carmita Anchundia y su esposo se fueron en el automotor a Montecristi. La vía parecía un gran estacionamiento que se movía lentamente, pues tras el fuerte movimiento y el rumor de tsunami la gente abandonaba Manta colapsando una de las principales vías de salida.

A pesar de la destrucción y el caos

“Hasta ese momento no me imaginaba la magnitud del terremoto, fue hasta el día siguiente que regresamos al hospital, en horas de la mañana, cuando vi en la luz del día el hospital destruido”, narró la profesional.

Diana Moncayo tuvo la guardia más larga de su carrera. Esa noche no sólo puso en práctica sus conocimientos como profesional, sino su vocación de servicio.

Cuando le pregunté ¿Por qué subió a neonatología y entró allí a pesar de que el lugar estaba destruido? Ella respondió lo siguiente:

“Una de las cosas que me hicieron subir a ver a los niños fue que cuando les decimos a las madres que sus bebés que van a ingresar a la sala de neonatología nosotros los vamos a cuidar todo el tiempo y que en ese momento ellos estaban solos en la sala, creo que adoptamos ese papel de madre cuando los tenemos bajo nuestro cuidado”.

Casi tres años después del terremoto, Diana recuerda con punto y coma lo vivido aquel 16 de abril del 2016. Actualmente vive en Cuba. Allí se especializa como neonatóloga en el hospital ginecólogo-obstétrico Ramón González Coro, de la Universidad de La Habana.

“Aún se me eriza la piel cuando recuerdo esa noche, creo que Dios nos puso a cada uno en el lugar y en el momento preciso donde debíamos estar porque si no hubiese estado en el salón (vistiendo a Hannan Zoe) tal vez hubiese estado en la oficina en la sala de neo y esa parte quedó bloqueada con dos vigas que cayeron cruzadas”, señaló.

Y sin duda alguna, Diana Moncayo estuvo en el lugar y momento preciso, los niños que ayudó a salvar celebran la vida y ella sigue preparándose para ayudar a los demás, aquello que fue su sueño de infancia, de juventud y que hoy está cumpliendo gracias al apoyo de sus familiares y personas que la aman.

Según cifras de la Coordinación Provincial de Salud de la zona 4, ese día nacieron en Manabí 40 niños. De acuerdo a cifras oficiales de la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgo el terremoto que afectó principalmente a las provincias de Manabí y Esmeraldas dejó 771 muertos y 6.274 personas con heridas y/o contusiones.

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